miércoles, 14 de agosto de 2024

Eine Unglaubliche Liebe

 

Nunca había mirado tanto el reloj, el calendario. Tengo grabada en el corazón la fecha de la primera vez que lo vi. Era 14 de agosto y el calor apretaba sin compasión. Posteriormente lo vi de manera rápida, apenas unos segundos que me dejaron con las ganas. Quiero ver de cerca a Hans, necesito mirarlo a los ojos para saber cómo reacciona mi cuerpo y mi mente.

Han pasado más de dos semanas y no lo he vuelto a ver por la calle. Me invento una excusa para entrar en la sastrería, pero esta vez  voy vestido de calle con una esvástica en la solapa. Me gusta ese olor a madera  y cómo el suelo cruje con cada pisada. Tiene un característico olor que me gusta. Hace años iban muchos hombres a encargar su ropa y siempre olía a tabaco negro o a pipa. Desde que hay boicot apenas entran clientes, algún que otro judío despistado. Me intriga la forma cómo se gana la vida ese Rosenheim. Me huele que tiene negocios fraudulentos. La tienda tiene un escaparate muy grande que se ve en la calle Rosental con sus adoquines en una zona del casco antiguo de Munich, cerca de la Marienplatz.

Cuando nos volvemos a ver cara a cara, Hans esgrime una sonrisa de miedo pero sus ojos son insolentes, desprecia a los nazis y eso se nota. Mi voz es autoritaria, directa, adopto una actitud de firmeza y respeto y me siento superior, tanto por edad como porque soy alemán. Entonces un efluvio a colonia me penetra las fosas nasales. Me fijo que tiene un pequeño corte en la barbilla que se habrá hecho afeitando. Parece tan imberbe, con esos mofletes rosados. Le pregunto si está solo y me responde asintiendo. Su rostro se llena de miedo mientras yo sonrío.

Luce la misma ropa que llevaba la primera vez que lo vi, aquella camisa blanca arremangada hasta los codos que se hinchaba con el aire y con el chaleco marrón café con leche con cuadritos blancos. No solamente parece alemán por su aspecto, sino que cuando me habla hasta el acento es de Munich a pesar que es de Frankfurt. Cuando le pido que me confeccione un traje para ir a una fiesta él me mira temeroso y veo como traga saliva. Me dice que tiene que tomarme medidas y yo le digo que para mayor seguridad vayamos a la trastienda. Los dos estamos muy tensos obviamente. Siento mucho calor y un deseo extraño que antes jamás había sentido.

El extiende su cinta métrica de color amarillo y me mide los hombros, los brazos, el pecho, las piernas…El roce de sus yemas es casi imperceptible y por unos segundos me imagino estando desnudo para que me toque la piel. Cuando salimos de la trastienda noto que mi camisa está empapada de sudor a causa de los nervios pero percibo que Hans está igual pero él tiene miedo. Me pregunta los datos pero solo le doy mi nombre, Felix.  No quiero que sepa más de mí, en cambio yo quiero averiguar todo de él, si tiene novia, esposa, qué hace cuando no trabaja. Se ha convertido en una maldita obsesión. 

Quería cogerme el día de permiso para ir a buscar el traje, ver a Hans pero no ha sido posible. La frustración, la rabia, el mal genio se han despertado en mi ser como unos demonios enfurecidos que me han significado un toque de atención de mi superior y un arresto durante un par de días. Hacía mucho que no me ocurría esto y ahora no lo llevo tan bien.  Después de la purga y de soportar un sermón del superior, me ha dicho que vaya a una tienda de judíos para comprobar que lo tienen todo en regla. Me he llevado una sorpresa al comprobar que la dirección es  la sastrería Rosenheim. Voy vestido de militar y me siento envalentonado. Al entrar me atiende el viejo Samuel y es un tipo odioso. Me he dado cuenta de la mala baba y seguro que Hans tiene que soportar el mal genio que tiene su jefe Rosenheim y no lo voy a permitir. No soporto que humille o grite a Hans.

Mi uniforme impone, mis botas nuevas y negras están relucientes y el suelo retumba con cada pisada. Veo como la cara de Hans se transforma. Antes de entrar en la sastrería estaba apocado y ahora al verme sus pupilas se han ensanchado. Sería maravilloso que sintiera por mí lo que yo siento por él… ¿Qué demonios estoy diciendo? ¿Qué me están poniendo en la comida para que tenga estos pensamientos? Pero por otra parte pienso que no puede ser, estamos en guerra y los judíos son la presa preferida de los nazis. Por primera vez en mi vida, odio ser militar aunque tener poder y autoridad también me sirve de mucho, sobre todo para amedrentar al capullo de Rosenheim al que empiezo a pedir papeles.

El cabrón lo tiene todo en regla pero quiero pillarlo con algo. Me desafía con su mirada verde, el tono de su voz es repelente y molesto y entonces todavía me irrito más. Le ordena a Hans que vaya a buscar los libros de contabilidad y después le recrimina que haya tardado tanto. Miro de soslayo a Hans que se contiene y aprieta los labios. Le pido más documentación y antes de que abra la boca Samuel, le señalo con el dedo índice enguantado y le mando a que vaya él. Noto como el pecho de Hans se ensancha y aunque aparta la mirada cuando lo miro, luego noto como me observa de reojo. ¡Dios, cómo lo deseo!  El dueño me trae todo lo y antes de marcharme con lo pedido, lo amenazo y le grito dando un golpe en la mesa para que sepa quién manda en Alemania.

Hans me mira con asombro pensando que eso también va por él pero quisiera decirle que a él jamás le haré daño pero no puedo comentárselo. Me voy de la tienda amenazando a Rosenheim que se muerde la mandíbula por dentro y yo esgrimo una sonrisa malévola. Al salir a la calle me derrumbo mentalmente. He sufrido una mezcla de amor y odio a la vez que me ha provocado mariposas en el estómago y dolor de cabeza intenso y tensión en mi mandíbula. Quiero ver a Hans pero a solas, sin sufrir, sin gritar, aunque sea en silencio pero los dos solos, él y yo, porque me he dado cuenta que nos hablamos sin palabras, tan solo con las miradas.

 


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