sábado, 15 de junio de 2024

Wenn Wir zusammen sind

 

Cuando Felix Kraemer y Hans Blumenthal llegaron al aeropuerto de Munich, estaban empapados, pues les había sorprendido una potente tormenta con rayos y truenos que se cernía sobre el cielo de la capital bávara. Ya en la sala de espera vieron un termómetro que marcaba la temperatura exterior y era tan solo de 16º. Una vez dentro del avión y cuando el aparato despegó y ascendió por encima de la masa nebulosa gris, por fin pudieron ver el astro rey, un sol precioso que hacía muchos días que no calentaba ni iluminaba las calles de la ciudad alemana. Nunca habían sobrevolado la cordillera de los Alpes y quedaron impresionados por el paisaje magnífico y majestuoso. En dos horas exactas llegaron a una ciudad mediterránea, con casas blancas, mar azul y un sol deslumbrante. 

El hotel estaba bastante cerca y con un taxi llegaron enseguida. Hicieron el check-in en el mostrador del mismo y dejaron las maletas en la habitación designada con dos camas separadas para no levantar sospechas. Se cambiaron de ropa y se vistieron con manga corta y pantalones a la altura de las rodillas. Cogieron las gafas de sol y al salir comprobaron que la temperatura era de casi 30º. Caminaron por el paseo marítimo donde había bastante gente pero sin aglomeración, pues era 15 de junio y todavía muchos europeos no tenían vacaciones. Se fueron alejando de los lugares más concurridos y encontraron una cala solitaria justo cuando el sol empezaba a descender sobre el horizonte del mar. El agua azul se volvió de color dorado y bronce. 

El sol parecía la yema de un huevo, de un amarillo anaranjado muy intenso. Felix y Hans se descalzaron pero se miraron a los ojos y se leyeron el pensamiento. Se desnudaron totalmente y se dieron un baño. El agua estaba tibia, más caliente que fría y no era demasiado profunda. Jugaron como dos niños, azotados por suaves olas que los acercaba y alejaba de la arena o los elevaba y luego los hundía con una zambullida. Disfrutaron de manera pueril, felices y gozosos. Al salir de allí se tumbaron en la arena y quedaron rebozados con miles de granitos minúsculos. Se acercaron de nuevo a la orilla que los limpió de nuevo. Empezaron a besarse y a abrazarse. Sus cuerpos olían a esencia marina, sus labios estaban salados y Hans no dudó en lamer todo su cuerpo hasta llegar a los genitales que enseguida se hincharon con sus lametazos. El judío también se excitó y lo penetró lentamente pero muy profundamente y Felix soltó un gemido ahogado. 

A medida que Hans realizaba embates potentes en su penetración, las olas se acercaban y se alejaban. Felix le comentó entre jadeos que era la primera vez que tenía sexo en la playa y le parecía maravilloso. Hans no dejaba de acariciarle los testículos y el miembro viril mientras lo penetraba cada vez más rápido. Fue un desahogo desesperado pero que resultó un alivio para los dos. Se abrazaron los dos con mucho amor y cariño y después se fueron a vestir. Con el cuerpo lleno de arena, llegaron al hotel y decidieron darse una ducha juntos, con jabón con olor a azahar y jazmín y frotándose con una esponja suave. Con el pelo mojado y muy relajados, fueron a cenar y había bufet libre, con carne, pescados, pasta, fruta de todo tipo, dulces de chocolate y crema y alimentos que en Alemania costaba de conseguir como aceite de oliva, aceitunas y marisco. Se hincharon de comer y después de hacer la digestión y mirar un poco la tele, Hans se mostró muy sensual.  

Felix no perdió el tiempo y empezó a quitarle la ropa mientras lo besaba en los labios, en el cuello, en el pecho…Se abrazaron fuerte y con el roce de sus genitales, soltaron la primera exclamación de placer. Hans también desvistió a Felix y no dejaban de besarse y acariciarse. Felix se arrodilló para devorar su miembro que ya estaba muy duro y grueso y Hans gritó y gimió mientras su cabeza se caía hacia atrás. El calor continuaba quemando en sus pieles y la pasión iba creciendo cada vez más. La mayoría de veces Hans era el activo y Felix el pasivo pero esta vez el rubio judío le pidió Felix que lo penetrara y realizara las embestidas. Sin perder el tiempo, Felix se puso detrás y le masajeó las nalgas y humedeció aquel orificio con su lengua, algo que enloqueció a Hans y le hizo morderse el labio inferior. Poco después lo penetró lentamente mientras con sus manos acariciaba los hinchados genitales de Hans. 

Felix ya tenía 57 años y su potencia no era como quince años atrás, pero le resultó gratificante comprobar que Hans estaba gozando mucho más de lo que creía.  Felix le mordió la nuca y empezó a moverse más rápido, realizando sacudidas en círculos que enloquecieron a los dos. El placer era muy intenso y los dos jadeaban y se acariciaban, llenos de pasión y amor. A los diez minutos Felix alcanzó el orgasmo pero continuó embistiendo hasta que Hans dos minutos después logró su clímax. No podían esconder que los dos habían envejecido con los años y no era lo mismo que cuando se conocieron y tenían 28 y 40 años, pero seguían complementándose a la perfección, amándose y excitándose con solo mirarse. Ambos se tumbaron en la cama abrazados  y Felix lo besó y lo acurrucó como si fuera un niño hasta que los dos quedaron completamente dormidos, felices y después de varias horas juntos tras muchos días, semanas, meses de separación. 

De pronto un rayo iluminó toda la habitación y segundos después se oyó un estruendoso trueno que hizo vibrar los cristales de la ventana. Felix se despertó asustado y por un momento se sintió desorientado. Apretó el botón de la lámpara de la mesilla de noche y tras examinar el lugar se derrumbó de tristeza. Había soñado que estaba con Hans, en un lugar con playa, haciendo el amor, los dos felices pero tan solo había sido un sueño maravilloso pero no real, él estaba en su solitaria casa de Munich. Hans estaba con su familia, su mujer, sus hijos, en Frankfurt, quizás satisfecho pero sabiendo que en algún momento del día se acordaría de él. La furiosa lluvia empapó los cristales de gotas y Felix con mal gusto de boca, regresó a la cama y no podía dormir. Pudo retener algunas imágenes del sueño todavía y se le dibujó una ligera sonrisa en la cara mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.


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