25 de septiembre de 1955
Julian Wassermann fue a visitar a su hermana Sarah y
aprovechó para conocer a su nuevo sobrino Aaron. Nada más verlo, dijo que Marien
había sacado los genes Blumenthal y el recién nacido había heredado los rasgos
de los Wassermann. Era un tiburón de las finanzas, un experto en transacciones
económicas y tratos con inversores para que depositaran sus ahorros en el banco
donde trabajaba. Fue él quien enchufó a su cuñado Hans para que tuviera un
sueldo seguro en aquella entidad financiera de la capital del Hesse. Era un
tipo divertido, te hablaba sin tapujos y a veces hería a la gente con sus
palabras pero no se daba cuenta. Después de disfrutar de una comida con
alimentos hebreos y pasarlo bien con sus padres, su hermana, su cuñado y sus
sobrinos, se dio cuenta que Hans estaba muy apagado y apenas había hablado. Se
le notaba cansado pero también triste y le hizo una sugerencia.
-El
próximo día 30 tengo que ir a Augsburg a cerrar un trato con unos bávaros que
son muy desconfiados y duros. Tú viviste en Munich y conoces su carácter. A ver
si les caes bien y con una buena cerveza logramos que inviertan en un proyecto
de riesgo pero interesante.
Hans
miró a su mujer de reojo como si quisiera pedirle permiso y ella asintió con
cara seria.
-Te
irá bien despejar la mente. Me has ayudado mucho con los niños y mereces
divertirte.
-¡Genial!
Pasaré a buscarte a las 7 para coger el tren en la estación central. Antes de
mediodía estaremos allí y comeremos con esos “Saukerle”.
Hans
le estrechó la mano y se despidió de la familia. Sarah lo acompañó hasta la
puerta y le agradeció la visita y el regalo para su hijo. Julian ya iba a
marcharse cuando su hermana lo detuvo.
-Vigila
a mi marido…Cada vez que está cerca de Munich se transforma, no puede disimular
que alguien le alegra.
-Sarah,
creo que ya ha sentado la cabeza ¿no?
-Hace
meses que se comporta y está centrado en el trabajo y en la familia pero no me
fío.
-Tranquila,
no lo perderé de vista. Y si coquetea con alguna mujer, le estiraré las orejas.
30 de septiembre de 1955
Julian y Hans cogieron el tren con destino a Augsburg a
las 7:30 de la mañana y al mediodía ya estaban en la bonita ciudad bávara. Se
reunieron con aquellos dos empresarios con acento del sur y fueron a comer
juntos. Hans fue fundamental para hacerlos sonreír y romper el hielo. Habló de
sus años en Munich antes y después de la guerra y se los metió en el bolsillo.
Julian se tuvo que frotar los ojos al ver como los dos inversores firmaban
convencidos y casi sin preguntar ni desconfianza. Habían sido un hueso duro de
roer desde que los había conocido y en apenas dos horas todo había ido como la
seda. Se despidieron de ellos y ya a solas Julian abrazó a su cuñado. No
dejaban de sonreír y viendo que tan solo eran las 15h el joven banquero le dijo
a Hans.
-Tenemos
que celebrarlo a lo grande. ¡Vámonos a la Oktoberfest! Seguro que has estado
muchas veces.
-No
te lo vas a creer pero jamás he ido. Soy un alemán raro, no soy muy amante de
la cerveza.
-¡Es
igual! Seguro que te comerás una salchicha y un bretzel. ¡Qué euforia siento
dentro!-gritó.
Augsburg
estaba bastante cerca de la capital bávara y en menos de una hora se plantaron
en la Theresienwiese donde se aglomeraban miles de personas. El jolgorio era
impresionante, la música tradicional sonaba en todas partes, se podía oler el
intenso aroma a salchichas de Bratwurst, Schweinshaxe, Sterkelfisch, Hendl o el
embriagante olor a cerveza de todo tipo. Hans se sintió un poco abrumado pero
en cambio para Julian se sentía como pez en el agua. Hablaron con varias
personas del lugar, algunos eran conocidos y estuvieron comiendo, bebiendo y
charlando un buen rato. Cuando llevaban allí más de una hora y ya estaban
tomando la segunda jarra, Hans sintió ganas de ir a la toilette. Eran unos
urinarios donde había muchos hombres, algunos bastante borrachos y que
caminaban tambaleándose. Hans se chocó con varios y le hicieron enfadar. De
pronto cuando iba a girarse para recriminar un golpe en el hombro, se quedó
paralizado. Era la última persona que
esperaba encontrar allí.
-Felix…
-Hans…
No
se veían desde mayo y volverse a ver activó las mariposas de sus estómagos,
aceleró sus corazones y cuando se abrazaron, permanecieron más de un minuto sin
separarse. Y ellos dos sabían que el amor verdadero jamás se apaga, ni la
distancia, ni el tiempo ni otras personas, puede acabar con él.
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