Hoy
es 16 de diciembre de 1939. He salido un poco antes del cuartel y me he pasado
por los rincones favoritos de Hans. En parte también me gustan aunque ahora los
visito con un brillo especial en los ojos. Compro varias cosas que sé que le
gustarán y le devolverán la felicidad. Le he comprado ropa y también me he
comprado para mí. Sé que no soporta mi uniforme verde y no me toca si voy de
militar. Quiero que me vuelva a tocar, acariciar su cuerpo desnudo… Todavía
noto en mis genitales la explosión de placer que sentí ayer al estar juntos,
como me palpitan los labios solo imaginarme los suyos apretándome.
Cuando estoy llegando a mi casa, siento unas mariposas en el estómago y una felicidad inmensa, una euforia que desentona con la tristeza de la gente por la calle donde se palpa el hambre, el dolor, la melancolía por esta guerra tan incipiente. Nada más abrir la puerta, huelo a leche caliente con canela. Ese olor me transporta durante unos segundos a mi infancia. Hacía muchos años que una fragancia no me envolvía los sentidos. Hans está sentado en el sofá y cuando me ve parece que se seca las lágrimas de los ojos con la manga del jersey. Me acerco con cara seria y lo miro con embeleso. El esgrime una sonrisa forzada y sus ojos azules empañados, brillan como diamantes en un cielo de terciopelo negro. Me doy cuenta que está leyendo un libro que me regalaron hace años pero que ni he abierto. Me siento a su lado y le acaricio las manos que todavía sostienen el libro. De repente Hans se acerca y me abraza, necesita consuelo como un niño. Me acaricia el pelo y una corriente me sube desde los pies a la coronilla. Pero el éxtasis me atrapa cuando sus labios besan los míos. Su boca está dulce y perfumada con la esencia de canela y me vuelvo loco con su ímpetu. Afuera hay guerra, hambre, los jinetes del Apocalipsis causan estragos pero yo estoy en el paraíso, flotando como si estuviera en una nube esponjosa, embriagado por las caricias de Hans que me eleva el espíritu.
Después de los besos, caricias y abrazos Hans suspira con desahogo. Ya más calmado recupera una sonrisa que me encanta. Recojo el libro del suelo y lo miro. Es el famoso Cuento de Navidad de Charles Dickens. Le pregunto por qué lloraba con este libro y me confiesa que el protagonista Mr. Scrooge le recordaba mucho a Samuel Rosenheim, un usurero siempre de mal genio, avaro, que despreciaba a los pobres y no decía nunca ni un piropo. En el libro el despótico dueño tiene un empleado al que humilla y desprecia. Ahora lo entiendo, las similitudes con su propia vida le han despertado la conciencia. Aunque el final es feliz, el contenido del libro es desmoralizador. Vuelve a suspirar y el aroma de su boca tentadora me enciende el deseo y ahora soy yo quien toma la iniciativa y aborda aquellos labios rojos y golosos. Al separarnos me mira con cariño y mira hacia el techo como si pensara algo. La frase lapidaria que suelta me deja desconcertado: “Aunque te parezca mentira Felix, esta Navidad está siendo la mejor de mi vida, y eso que hay guerra”.
Ni siquiera de niño la Navidad me motivaba. En casa se ponía un abeto con cuatro adornos pero realmente el ambiente era desesperante. Hans tiene 29 años pero cuando le muestro los regalos, sus ojos se vuelven a humedecer de felicidad. Devora las almendras garrapiñadas cerrando los ojos de absoluto deleite y un trozo de pastel de bizcocho con guindas que he logrado que una mujer me vendiera por el doble de su valor. El licor de manzanas ha sido una explosión de calor para su estómago pero también le ha desinhibido y se ha puesto juguetón. En Alemania el ambiente está enrarecido, la gente no tiene ganas de celebrar absolutamente nada, pero por primera vez en mi vida siento algo parecido a lo que llaman ilusión. He comprado un abeto pequeño y le hemos puesto cuatro bolas y piñas de colores que destaca en mi gris hogar.
¿Qué me está pasando para esta radical transformación? Desde que ingresé en el ejército a los 17 años me enseñaron que un militar debe mostrar actitud rígida, falta de flexibilidad, ausencia de sentido crítico, sentimiento de poder llevado hasta el absurdo, orgullo de casta, sadismo en el adiestramiento y masoquismo de cuartel en todas sus formas primitivas o desviadas. Ahora soy más blando que la mantequilla y por más que me resisto, mi cuerpo se niega a obedecer. Ha degustado por primera vez en su vida el sentimiento del amor y no lo quiere soltar por nada del mundo. Puedo resistir el hambre, el dolor físico pero me derrumbo si paso más de un día sin ver a mi Hans.
(Extracto de Estrellas Cruzadas) Copyright 2014
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