Hoy 9 de noviembre ha fallecido Von Rath y el
caos se ha apoderado del país. Ya la han llamado Kristallnacht porque han roto
todos los escaparates de los negocios judíos. También se han quemado multitud
de sinagogas y han detenido a muchos indeseables. Incluso ha habido muertos. La
zona cerca de
De pronto vemos en una calle a un grupúsculo de
jóvenes que están siendo apaleados por miembros de las SS y las SA y enseguida
sé que se trata de judíos que defienden sus tiendas. Entre ellos veo a Rosenheim
y Hans y me corazón se acelera. Samuel Rosenheim se rebela, se enfrenta a los
uniformados y les planta cara. Está loco porque de pronto una cohorte de nazis
lo rodea y empiezan a aporrearlo y darle patadas. Con la nariz ensangrentada
les escupe y sus ojos verdes destilan odio, rabia y masoquismo por su parte.
Hans está apartado, él es prudente pero pronto veo que van también a por él y
quieren ensañarse como están haciendo con su amo. Corro hacia el grupo violento
y aunque me miran de reojo no me reconocen porque voy de civil y encima llevo
un sombrero. Bendito sea el momento en que me he puesto ese sombrero. Yo sí
reconozco a varios compañeros que con sus porras golpean violentamente a todos
los judíos que quieren escapar, los que se esconden en las tiendas o los que
plantan cara como el insensato de Rosenheim.
De repente veo a Hans que está aterrado viendo
como apalean a su jefe y sin dudarlo corro hacia él y lo cojo por el abrigo que
se revuelve como un gato panza arriba. Le digo que obedezca o lo mato. Lo llevo
a una calle oscura donde solamente una tenue luz naranja nos ilumina. Aprieto los dientes y lo estampo contra la
pared mientras le pongo las manos en su jersey blanco con cuello de cisne. Le
mascullo que lo estoy salvando de una deportación o de una muerte segura.
Parece reconocerme y sus brazos tensos se relajan. El jaleo está todavía muy
cerca e intuyo que los SS y SA nos pueden pillar. Lo vuelvo a empujar hasta
otra calle donde hay un débil farol con una luz amarilla. Noto que estamos más
seguros pero yo no estoy nada tranquilo, mirarlo a la cara me licua de deseo.
Saco fuerzas y con voz grave y severa le aconsejo que salga corriendo y se
esconda y no salga en varios días. Veo que su pecho se hincha porque le falta
aire y de repente suelta un soplo y huelo su aliento tibio. Me fijo en sus
labios rojos que de pronto se relajan y se cierran suavemente. Entonces me doy
cuenta de que nuestros cuerpos están estrechados, nuestras piernas se aprietan,
los pechos se rozan, y nuestros genitales se tocan hasta el punto de sentir un
pellizco débil pero agradable.
Oigo unos gritos y el rumor se está acercando.
Le digo a Hans que se esconda aunque sea en el bosque pero que no vaya ni a la
sastrería ni a su casa, porque si lo arresta
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