Hola
mi dulce amor. Siento que estás pasando por momentos difíciles pero
quiero que sepas que te envío todo mi amor, mi fuerza, mi luz y que
te quiero más que a mi vida. No tengo muchas ganas de escribir pero
el jueves 25 me ocurrió algo que quiero que sepas y a la vez
entiendas porque como dice la canción, I can´t live with or
without you.
El
jueves por la tarde estaba tomando un café y leí que muchas
personas se casaban sin estar enamoradas y poco después mientras iba
caminando pensé mentalmente: “Yo no me casaría ni aunque me lo
pidiera el amor de mi vida, de rodillas y con un anillo de
diamantes”. Tengo la sensación que estás “awake”, que captas
mis pensamientos y mis sensaciones igual que yo hago contigo, porque
no pasó ni un minuto de este pensamiento, que de pronto sentí un
fuerte dolor en el corazón y en el pecho que no sentía desde hace
muchas semanas. Tuve la sensación que el mensaje te había llegado
distorsionado, que habías entendido que te rechazaba...!Y era todo
lo contrario! Te dije telepáticamente que yo te quería con toda mi
alma pero que jamás me casaría, ni contigo ni con nadie. Quiero
explicarte algo que nadie sabe pero así entenderás porque nuestro
amor no se ha borrado a lo largo de los siglos pero a la vez hemos
arrastrado miedo al abandono, miedo a que nos separen las guerras,
las enfermedades, la gente, el destino...
Esto
que te contaré quizás te ayude a entender nuestra unión, nuestro
amor. Fueron regresiones al pasado y de pronto entendí muchos
traumas y miedos.
SIGLO
XVIII: Eramos felices en la Viena de Mozart. No nos faltaba de nada.
Mientras en Francia estaban cortando las cabezas y la revolución lo
hacía todo caótico, en la bucólica Austria vivíamos en una urna
de cristal rosa. Nos amamos y no tuvimos dificultades para vivir con
lujos, lo teníamos todo pero fuimos soberbios y nos cegó la
vanidad. No supimos valorar todo lo que el destino nos había
regalado. Te llamabas Philipp Kaufmann y eras un húsar del ejército.
Yo me llamaba Sara y era la heredera de una familia judía acomodada.
Tú falleciste de una enfermedad justo cuando íbamos a casarnos.
Teníamos planes de tener hijos muy pronto y aquel giro del destino
me volvió loca. Nunca más volví a ser feliz, no quise casarme con
nadie y fui una muerta en vida.
SIGLO
XIX: Ambos elegimos una vida dura para borrar nuestro karma anterior.
No coincidimos, estábamos en países muy alejados. Yo nací en la
India, en un pueblo muy pobre. Me casaron a los 13 años con alguien
que me triplicaba la edad, las relaciones sexuales eran una tortura…
A los 21 años ya tenía tres hijos y mi vida era triste, difícil,
sumisa. Mi final fue injusto. Mi marido falleció y a mí me quemaron
viva mediante el rito Satí. No era la primera mujer que acababa así,
sobre aquella pira que flotaba en el Ganges. Tú elegiste Estados
Unidos. Era un país caótico, con condiciones durísimas y
enfrentamientos bélicos. Naciste pobre y desde pequeño tu familia
te hizo trabajar en el campo, tu padre te humillaba constantemente.
Te convertiste en un tiránico esclavista. Querías humillar a los
que considerabas inferiores para acallar esa rabia interna.
Amargado, sin piedad, tratabas a los esclavos peor que a los
animales, eras una persona cruel que no sabía lo que era la
compasión. Hasta el final de tus días viviste triste y amargado.
SIGLO
XX: Nos volvimos a encontrar pero el destino o nuestras almas
pactaron que teníamos que superar duros obstáculos para poder
amarnos. Yo nací hombre, en Alemania y con un carácter autoritario.
Ahora era yo el que dominaba y llevaba las riendas. Me hice militar
para que nadie me dijera lo que tenía que hacer o decir, excepto mis
superiores. Era una época difícil en Alemania. No creía en el
amor, consideraba el enamoramiento como una locura temporal, solo
quería ascender y llegar a lo más alto. El amor llegó de repente a
mi vida como un vendaval y la hizo girar 360º. Y llegó en
condiciones extremas, un amor que tenía que superar varias barreras,
muros infranqueables pero que al final pudo con todo. A punto de
estallar la guerra, mi corazón enloqueció con un joven que eras tú,
mi amado Hans…Era un militar nazi que se enamoró de un hombre y
encima judío. Te protegí, te salvé, te amé, hubiera dado mi vida
por ti, y aunque fue un amor clandestino, prohibido, también sentí
algo que jamás había sentido nunca.
Tu
alma eligió un aprendizaje duro. Escogiste ser judío y supiste
desde bien joven que era sentirse diferente, señalado, observado y
perseguido. Creciste en una familia que la religión te prohibía
muchas cosas, todo era pecado, el alcohol, el sexo que solo se
aceptaba para procrear, querían casarte con la hija de unos amigos y
era igual si no la amabas, y te volviste rebelde. Tenían pactada en
tu comunidad, el compromiso con otra chica judía, era imposible que
te casaras con una alemana. Pero tú sabías que eras diferente y que
tu sexualidad escandalizaría a tus rabinos. Hasta que te cruzaste en
mi camino y soltaste toda tu pasión. Un judío en brazos de un nazi
mientras tu pueblo era atrapado, confinado y exterminado de manera
cruel. Pero el amor no entendía de kipás ni cruces gamadas, dos
cuerpos desnudos que solo querían besarse y abrazarse mientras en el
exterior caían bombas.
Hace
años no entendía porque mi aversión al matrimonio y después de
estas regresiones lo supe. Es un trauma que no he podido curar y es
que me aterra volver a perderte. La última vida todavía nos pesa y
no hemos podido olvidar aquella despedida en 1943. Me pregunto si ya
hemos pagado el karma por nuestra frivolidad del siglo XVIII y en la
próxima vida podremos amarnos por fin sin problemas. Esta última
semana he sentido muchas emociones, alegría intensa, tristeza
profunda, dolor en el pecho, excitación, visiones donde me di cuenta
que necesitas muchísimo amor. Solo sé que cuando visualizo
que te acaricio el pecho, los cabellos, te digo palabras bonitas, tus
ojos tristes vuelven a brillar con luz.
Quiero
que sepas que te envío amor telepáticamente, besando tu foto,
abrazando la almohada, escribiéndote…Aunque quizás no lo notes,
sufro muchísimo por ti cuando lo pasas mal. No hace falta verte para
saber cómo te sientes. Es lo bueno y lo malo de nuestra conexión,
cariño mío.
Eternamente
tuya,