lunes, 1 de octubre de 2018

Felix y Hans - Suiza 1954 - El reencuentro


Felix se levantó del sofá cuando llamaron a la puerta de su casa. Al abrir vio que era su amigo Wolfgang que volvía a trabajar de arquitecto. Le palmeó los hombros con una gran sonrisa y se dio cuenta que hacía mala cara. Hacían muchos años que había acabado la guerra y Felix sufría una cojera que lo hacía caminar renqueante. Wolfgang sacó un par de papeles de su cartera y se los mostró a Felix.

- Como sé que te gusta el fútbol te traigo estas entradas para la final del próximo 4 de julio. Anímate Félix. Perdimos la guerra pero podemos ganar nuestro primer mundial. Como participé en la construcción de los estadios en Suiza, me han regalado estas entradas y he pensado en ti.

Felix estuvo a punto de negarse pero Wolfgang era como un vendaval que lo arrastró sin remisión. Dos días más tarde subió en el coche de Wolfgang y se dirigieron al país vecino.

El recorrido entre Munich y Suiza le hizo recordar aquel 1943 cuando llevó a Hans Blumenthal a la estación de Basilea. Habían pasado once años y aunque jamás lo había olvidado, ya se había hecho la idea de que nunca más volvería a verlo. Fueron directamente a Berna, la capital, donde se celebraba la final entre Alemania y Hungría en el estadio Wankdorf. El recuerdo de Hans acudió a su mente un instante y sintió nervios, dolor en el corazón, tristeza y mucha nostalgia. Pronto se olvidó con el gran partido. Hungría ganaba 2-0 pero al final Alemania remontó y acabó ganando 2 a 3. ·Los alemanes nunca se rinden” – pensó Felix recordando momentos muy duros en el ejército.

Los alemanes estaban eufóricos, era un arco iris en su vida gris de la posguerra. Wolfgang se ofreció para volver a Munich pero Felix le dijo que se quedaba en Suiza para comprar algunas cosas. En el fondo quería ir a Basilea. Solo estaba a 100 km y en tren llegaría en apenas una hora. Fue a la estación central de Berna. Miró el reloj y resopló. La estación estaba llena de gente que cantaba Deutschland über Alles y bebían cerveza. De pronto sintió como algo chocaba contra su vientre. Se dio cuenta que era un niño de apenas 5 años que cuando levantó la cabeza lo miró con unos grandes ojos azules. Le resultaba tremendamente familiar. Entonces oyó como una voz femenina gritaba Félix, Felix…A los pocos segundos apareció una mujer que era la madre del niño y le pidió disculpas. Felix ni parpadeó…Aquella mujer no iba sola. Su corazón dio un vuelco y un calor de fuego le invadió todo el cuerpo.

- Hans…- balbució sin poder dejar de mirarlo.
- Hola …¿Cómo estás…?

No podían dejar de mirarse hipnotizados. Hans ya tenía casi 44 años, sus canas se camuflaban entre su rubio cabello, ahora más color ceniza, llevaba gafas y ya tenía barriguita. Pero seguía siendo muy atractivo. Ambos se miraban embelesados, petrificados por aquel encuentro tan sorprendente como mágico. Se despidieron en Suiza y volvían a encontrarse en ese país tras más de once años.

-¿Es tu hijo? ¿Vuestro hijo? – preguntó mirando a la mujer que era muy guapa.
- Sí…Se llama Felix – dijo Hans con una mirada penetrante y mentalmente le dijo: Como tú…
- Yo quería ponerle David pero Hans insistió. Me dijo que significa Feliz en latín – dijo la mujer que parecía muy parlanchina y simpática.
- ¿Sigues viviendo en Suiza? – preguntó Felix que notaba una felicidad y euforia en todo su cuerpo como hacía mucho que no sentía.
- No, vivimos en Nueva York. Hemos venido de vacaciones y hemos aprovechado para ver la final.- djio Hans que también parecía nervioso. Mi mujer Sara…
- Mucho gusto – dijo Felix saludándola con la cabeza.- Me alegro mucho de verte Hans- continuó acercándose y mirándolo profundamente a los ojos, como si quisiera que viera la felicidad que seguro que se reflejaban en ellos.

Felix extendió la mano y estrechó la de Hans durante varios segundos. Le daban ganas de abrazarlo pero la presencia de Sara lo incomodó. Les costó separarse y Hans esgrimió una sonrisa forzada cuando se despidieron. Felix notó un hormigueo en la mano, una electricidad que le duró mucho tiempo. Ignoraba que a Hans le pasaba lo mismo. El contacto de sus pieles habían traspasado el tiempo, la distancia y el olvido.

Aquella noche muchos alemanes celebraron el mundial y estaban seguros que en abril la natalidad en Alemania ascendería como nunca y es que después de tanta muerte, cualquier nacimiento era una bendición. Felix no podía olvidar a Hans, sentía una felicidad maravillosa que se reflejaba en su sonrisa, en sus ojos. Por la noche el deseo era acuciante y empezó a masturbarse vigorosamente. Solo imaginar que era la mano de Hans quien frotaba su pene, acrecentó su placer como hacía mucho no le pasaba. La imagen de Hans acudía a su mente mientras se tocaba y gemía y jadeaba con voz ronca. Finalmente explotó de placer con un éxtasis que hacía años no conseguía. Ni con prostitutas, chaperos ni solo había logrado volver a excitarse y un médico le había dicho que tenía impotencia debido a un trauma de la guerra. No, no era un trauma. Volver a ver a Hans le había devuelto la alegría, la felicidad y el deseo. Se preguntaba cómo lo estaría pasando Hans…

Sara sabía que su marido la buscaría para celebrar el mundial, aunque no tenía muchas ganas. No era una mujer pasional, más bien fría y el sexo era a veces como una obligación, aunque Hans no la molestaba mucho. El secretamente iba con otras mujeres, otros hombres que lo penetraban o penetraba él pero no lograba conseguir el placer y el deseo que había sentido en los brazos de Felix. Hans no tardó en buscar a su mujer pero en vez de hacer la postura de siempre, convencional y aburrida, la puso a cuatro gatas y la penetró, como hacía con Felix. Cerró los ojos y se imaginó que era él. Volverlo a ver después de tantos años le había demostrado que nadie podía igualar al militar alemán que tanto lo enloquecía. Sabía que Sara estaba incómoda y no porque le dolieran las rodillas sino porque en su religión judía, consideraban aquella postura como la que hacían los animales. Pensó que ya era hora de darle un hermanito a Felix y rezó para que Hans acabara pronto como solía hacerlo con ella. Pero no, aquella vez estaba siendo muy largo. Hans no dejaba de gemir, de jadear y de empujar con fuerza, mordiéndose los labios y reprimiendo gritar el nombre de Felix cuando el clímax estaba a punto de llegar. Cuando le llegó el orgasmo, su cuerpo se convulsionó de placer y gritó con voz fuerte. Sudoroso cayó de espaldas a la cama y se lamió los labios mientras sonreía. Había estado el mejor orgasmo desde 1943.

Aquella noche les costó dormir tanto a Felix como a Hans y es que se dieron cuenta que ni el tiempo, ni la distancia, ni los obstáculos, habían podido con su amor potente y maravilloso.




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