29 de agosto de 1955: Hacía apenas una hora que Hans y Sarah estaban durmiendo plácidamente, cuando ella se levantó para ir al baño y antes de poder evacuar, rompió aguas y supo que el parto era inminente. Gritó a su marido que dormía profundamente pero no se despertó hasta que ella lo zarandeó. Al ver el camisón empapado, se puso nervioso y ella le ordenó que fueran de inmediato al hospital. Los padres de Sarah se habían también despertado y se quedaron al cuidado de Marien que dormía como un angelito. Los suegros de Hans ya hacía una semana que estaban al cuidado de su nieta pues sabían que Sarah daría a luz la última semana de agosto o la primera de septiembre. Era medianoche cuando salieron a la calle y en el cielo brillaba una luna imponente, casi llena. Muchas amigas le habían dicho a Sarah que el plenilunio no solamente agitaba las olas o alteraba el nerviosismo, también adelantaba los nacimientos, a veces con dos semanas de antelación. La noche estaba serena, tranquila, la temperatura era fresca pero de día todavía hacía calor. No había tráfico en la carretera, por lo que en menos de una hora llegaron a destino. Nada más entrar, a Sarah la examinaron y se dieron cuenta que debía entrar enseguida al paritorio.
El parto
de Marien fue largo y duro pero ahora siendo el segundo, parecía que el niño o
la niña tenía prisa por salir. Hans se quedó esperando en una sala mientras su
mujer, muy nerviosa entraba en la sala de partos. Estuvo reflexionando cómo
había cambiado su vida desde que había regresado a Alemania, algunas cosas
negativas y otras positivas. Por suerte había logrado convencer a Sarah para
quedarse en Frankfurt. Las cosas iban mejor entre ellos desde que Felix se
había alejado. Algún día volvería a verlo, a hacer el amor con él pero como le
comentó, debía pasar un año de margen para calmar las sospechas y
desconfianzas. Ya ni tan solo soñaba con él y se acordaba de vez en cuando.
Trabajaba en el banco por las mañanas y hacía un par de horas por la tarde
arreglando trajes, como hacía en Munich cuando trabajaba de sastre. Un nuevo
miembro en la familia había traído gastos inesperados. Miró por la ventana y
todavía era negra noche, se oían búhos ulular y algún que otro mirlo y
ruiseñor. De pronto apareció una mujer regordeta, una comadrona que había
ayudado al médico y en ese momento eran las 3 de la madrugada.
-Felicidades
Sr. Blumenthal. Ha nacido un niño precioso. Ha pesado 4 kilos y está
perfectamente.
Hans
sonrió y respiró de alivio. Hizo un ademán de querer entrar pero la mujer lo
detuvo.
-Tendrá
que esperarse. Debemos limpiarlo y asearlo. Ya le avisaremos cuando lo llevemos
con su madre a la habitación. El parto ha sido muy rápido.
Hans
asintió y salió al exterior para que le tocara el aire. Marien había cumplido 7
años el mes anterior y él que cumplió 45 años el 5 de agosto, ya no pensaba en
volver a ser padre. No pudo entrar a ver a su mujer y su hijo hasta las 6 de la
mañana, cuando ya empezaba a amanecer. Al entrar le dio un beso en la frente a
su mujer y vio al bebé que dormía tranquilo en una cuna. Tenía el pelo moreno
como su madre y se veía robusto y rechoncho como su abuelo materno.
-Todo
ha ido muy rápido y fácil-dijo Sarah sonriente- Ya tienes un heredero Hans…
En
ese momento entró una enfermera de mejillas sonrosadas para comprobar que
estuviera todo bien, y mientras le dejaba unas toallas limpias en el baño, oyó
la conversación entre el matrimonio.
-Bueno,
ha sido un niño, así que el nombre ya lo teníamos. Se llamará Aaron como su
abuelo.
-Podemos
ponerle Felix de segundo nombre-dijo Hans con voz cálida.
Sarah
arrugó la frente y lo miró con ojos enfadados.
-No
me gusta ese nombre. Además no es hebreo…
-Pues
el niño ha nacido el día de San Felix-intervino de pronto la enfermera- Es un
nombre bonito. Es del latín y significa feliz y afortunado. Y fue un santo muy
venerado y querido.
Hans
esgrimió una sonrisa al acordarse de que su hijo había nacido el mismo día que
Felix Kraemer un 30 de agosto y pensó que era una señal del universo.
-¿Cómo
es que sabe usted tanto de santos?-preguntó Sarah con una mirada de desdén.
-Es
que soy católica, de Munich-dijo la mujer orgullosa.
-¿Es
usted de Munich?-preguntó Hans con una sonrisa de oreja a oreja-Yo conozco a un
amigo que se llama Felix y es de Munich-dijo con una expresión de felicidad que
no gustó a su mujer.
-Mi
hijo no se llamará Felix ni de primero ni de segundo nombre-sentenció Sarah con
contundencia.
Hans
ni la oyó y fue hasta la cuna para mirar a su hijo. El universo le estaba
enviando señales, aunque estuvieran separados, sin hablarse, con distancia y
otras circunstancias, sabía que tarde o temprano volverían a encontrarse. Pasó
un rato más con su mujer y después volvió a su casa para comunicarle a Marien
que había tenido un hermanito. La llevó al colegio primero y a sus suegros al
hospital después para que hicieran compañía a su hija. No dejó de cruzarse con
coches con matrícula de Munich y sintió nostalgia y muchas ganas de visitar la
ciudad bávara. Ya quedaba menos para volver a encontrarse con Felix, si es que
antes el destino no los hacía cruzar como ocurrió el día de la boda en Erfurt.
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