Nota:
Boga y Natasha somos tú y yo en el siglo XVII, en una vida pasada. El 90% de lo
escrito sucedió realmente. Tan solo el 10% forma parte de mi imaginación.
La primera vez que vi a Boguslav Briman yo acababa de cumplir 8 años, en octubre de 1648. Me impresionó mucho ver la rojiza cicatriz que tenía en el lado derecho del cuello y lo callado y desconfiado que era. Más tarde averigüé que los cosacos habían asesinado a su familia en Kiev, en una masacre que dejó la capital de Ucrania teñida de sangre. Mis padre eran vecinos de la familia que adoptó a Boguslav y poco a poco empecé a saber de su vida. Desde niño le habían llamado Boga y un cosaco le hizo un corte en el cuello con un cuchillo ardiendo e impregnado de sangre, lo que ocasionó una quemadura diabólica que más tarde quedó como una señal de aquel horror. Durante la navidad que celebré con mi familia, descubrí que Boga era la primera vez que asistía a una iglesia ortodoxa, con sus costumbres y fechas señaladas. Mi madre me dijo que era de origen judío, y por eso lo habían querido exterminar, pero que por su bien debía olvidar su religión y vivir como un ucraniano más, viviendo en la región de Sumy, a 333 km de Kiev.
Yo ayudaba a mis padres con los animales, en el campo o caminando por los bosques frondosos llenos de abetos y abedules y pescando en las azuladas aguas de ríos y lagos. La primera vez que vi sonreír a Boga fue cuando se subió encima de un caballo y el animal relinchó contento, levantando las patas. Éramos muy amigos y compartíamos juegos, estudios, y de vez en cuando me contaba algo de su infancia, aunque parecía que el impactante trauma de los cosacos le había ocasionado una amnesia temporal. Boga fue creciendo y se convirtió en un apuesto muchacho que encandilaba a muchas chicas. Sus ojos siempre estaban muy brillantes, a veces destellaban con un color gris y otras veces en un tono avellana. Descubrí que de forma clandestina había conocido a varios judíos de la región con los que compartía lengua yiddish y alimentos como los dulces Blintzes, parecidos a los blinis de nuestros vecinos rusos. También le enseñaron tácticas de negocios, con impuestos, destilación de alcohol o administración de propiedades. Todo ello se realizaba de forma clandestina, pues los judíos despertaban suspicacias entre los ucranianos. Boga siempre tenía miedo cuando aparecían de repente un grupo de cosacos por nuestras tierras. A menudo acampaban en los bosques, eran nómadas que cazaban y también eran mercenarios y no solamente él los temía, yo también.
A medida que pasábamos de la pubertad a la juventud, sentía cada vez más atracción por Boga, me sentía enamorada de él y me palpitaba el corazón y se enrojecían mis mejillas cuando salíamos juntos a pasear con los caballos y nos sentábamos en planicies llenas de amapolas y trigo. El no daba ninguna señal de que yo le gustara, muchas veces me esquivaba la mirada si yo lo miraba fijamente a los ojos. Yo tenía angustia en pensar que algún día se marcharía de estas tierras y no lo vería nunca más. En Kiev ya no tenía familiares ni amigos, todos fueron asesinados y deseaba empezar de cero en algún lugar. Un día en Sumy organizamos una fiesta para celebrar la buena cosecha que Dios y la naturaleza nos había regalado. Se respiraba una época de paz, después de años de guerras, enfermedades como la peste, o las hambrunas. Mis padres siempre me contaron, que antes de nacer yo en 1640, se vivieron años de glaciación, inviernos larguísimos, los árboles y las plantas morían congelados, mucha gente sufría pulmonías y otras enfermedades y fue una época caótica, además de los constantes asedios de cosacos, tártaros y otras tribus guerreras.
Era 1658 y estaba la mayoría de la gente de Sumy celebrando la fiesta, comiendo, bailando y sonriendo. Fue entonces cuando me percaté de la cantidad de chicas que acosaban a Boga. La mayoría eran muy eslavas, rubias de ojos azules y pieles rosadas. Mis rasgos eran más mediterráneos, siempre me preguntaban si era hija de un turco o un cosaco, pues varias veces habían violado a mujeres de mi ciudad después de arrasar y llevarse todo lo que podían. Boga siempre había sido muy reservado con las mujeres, por lo que me sorprendió verlo predispuesto tan fácilmente. Aquella fiesta ya no me resultó tan grata y salí a pasear con mi caballo por el bosque. Sentía celos porque estaba muy enamorada de él pero me sentía desdichada ya que él tan solo me veía como una buena amiga para charlar. Intenté alejarme de él y Boga tampoco se mostró preocupado, tan solo deseaba divertirse. Un día regresaba del campo después de recoger espigas de trigo y me encontré con varias chicas que se reían y cuchicheaban. Me miraron de reojo y de pronto nombraron a Boga y mi corazón dio un salto. No pude evitar escuchar que era un excelente amante que les había proporcionado mucho placer, a pesar de ser tan serio y no mirar a los ojos ni besar. Incluso me hicieron enrojecer cuando una dijo que le encantaba hacer la postura sexual como un caballo montando a una yegua. Yo me quería morir, era la única que de verdad lo amaba pero ni tan solo le había podido tocar la cicatriz del cuello. Me distancié de él e intentaba no verlo para no sufrir más. Pero él no podía esconder su tristeza porque yo no quería hablar más con él.
Durante unas 3 semanas se marchó a otro lugar para hacer negocios y yo me olvidé prácticamente de él. Pero me dolía todavía cuando aquellas chicas que habían gozado con él, se reían y burlaban de mí. Era septiembre de 1658 cuando salí a pasear con mi caballo por el bosque y me senté en un lugar lleno de flores de color naranja. Empecé a arrancar pétalos, preguntando si lo vería más, si algún día estaría en sus brazos, si le importaba…De pronto Zirca (le puse estrella cuando descubrí el símbolo judío), mi caballo relinchó al reconocer a alguien. Al girarme vi a Boga subido encima de su corcel Sontse que me miraba muy serio. Descendió del caballo y los dos equinos se saludaron acercando sus morros, como si besaran. Yo me levanté y limpié mi vestido de hojas y hierbas y algún que otro insecto y Boga sin esperarlo, me abrazó con fuerza, me miró a los ojos muy fijamente y me besó tímidamente. Mi corazón casi se sale del pecho y sentí como si me mareara pero de felicidad. Nos miramos a los ojos y en los suyos había una expresión de dolor y culpabilidad. Respiraba profundamente y se lamió los labios. Después me acarició los cabellos, y sus manos me tocaron los pechos y la barriga. Entre nosotros podíamos hablarnos sin decir ni una palabra. Continuó besándome y me percaté en el bulto de sus pantalones. Yo era virgen pero sabía cuando un hombre estaba excitado. Se limitó a levantarme el vestido y bajarme las enaguas hasta las rodillas y su miembro se adentró en mi cavidad virginal.
Apenas estuvo 5 minutos dentro de mí, yo tan solo noté dolor e incomodidad, pero sentir su olor a enebro, a cuero, a vino dulce, compensaba el sufrimiento. Cuando terminó se preocupó por mí, por si me había hecho daño y yo sonreí. Le conté lo que había oído sobre las chicas con las que él había yacido y Boga me dijo que yo era la primera mujer que miraba a los ojos al hacer el amor y me confesó que tenía mucho miedo de enamorarse y luego tener que marcharse. Me dijo que yo era muy especial en su vida y se resistía porque el amor duele y el sexo no. Boga no dejó de sonreír de regreso a casa y de eso se dieron cuenta varias de las chicas que fruncieron los ceños y apretaron los puños. Boga y yo salimos varias veces más al bosque de abedules y no fue hasta la tercera vez, que yo sentí placer y la relación duró más de 20 minutos. Me sentía feliz pues me había unido sexualmente al hombre que siempre amé y llevaba en mi corazón. Aún compartimos varios momentos de intimidad y felicidad antes que él se marchara a una población vecina.
Se acercaba el crudo invierno y a principios de diciembre, con los bosques ya cubiertos de nieve y hielo, fui con mi padre a buscar piñas, hierbas medicinales para combatir resfriados y con suerte mi padre cazaba un conejo. Había mucha paz en el bosque, tan solo se oían los pájaros cantar cuando de pronto unos gritos salvajes nos pusieron en guardia. Parecían lobos pero pronto escuchamos los cascos de varios caballos. No pudimos reaccionar, mi padre y yo nos quedamos paralizados delante de una banda de cosacos que nos rodearon con malas intenciones. Mi padre se llenó de angustia, parecía que supiera lo que nos iban a hacer. Siempre me había contado que eran mercenarios despiadados, ladrones, violadores, y primero se quitaron de en medio a mi padre, al que dieron una paliza con un nagaika, un látigo negro y lo dejaron inconsciente. Grité al verlo en el suelo y de pronto un cosaco me tapó la boca con su mano grande, sucia y apestosa. El olor de vodka me llegaba en efluvios y me mareé antes que aquellos 5 hombres me violaran entre risas, bofetadas y llenaran de magulladuras mi cuerpo. Tenía que resistir para salvar a mi padre, si es que aún estaba con vida y supliqué para que terminaran enseguida. Cuando acabaron, me dejaron adolorida, con un insoportable dolor entre mis piernas, incluso con sangre en mis muslos. Intenté acercarme a mi padre pero no tenía fuerzas y perdí el conocimiento.
Cuando me desperté, me encontré con unos preciosos ojos grises que me miraban con angustia. Era Boga y le pregunté dónde estaba. Nos encontrábamos al lado de un río y el amor de mi vida me estaba lavando las heridas. Sus ojos estaban llenos de lágrimas que no llegaron a caer. Al preguntar por mi padre, me dijo que estaba bien, que se estaba recuperando al lado de un árbol y sonreí a pesar que me dolían todos los huesos. Ver a Boga me llenó de felicidad pero él seguía triste. Sabía que habían sido los cosacos y me hubieran podido matar. Aquella violación me dejaría un fuerte trauma bastante tiempo, pero después que Boga me diera un beso en la frente, le dije con voz débil: Lo que me hace más feliz, es que tú fuiste el primero al que regalé mi virginidad, el hombre que siempre he amado y amaré eternamente.
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